06/12/1928
En la costa Caribe llora un árbol,
un árbol grande de frutos amarillos.
Sus hojas, racimos de espinas.
Brota agua salada,
son gotas,
es llanto.
Las raíces, cuerpos que caen sobre el césped.
El rocío se posa en el camino de sombras
que brota hacia el mar.
Miles de recuerdos desaparecen,
mueren historias en el revés del cristal.
El océano ahoga los cantos de lucha,
lamentos enlodados tras brillantes frutos.
Un grito de “fuego”.
El olor a muerte.
El dolor del miedo.
Diciembre ha sido condenado.
Los ríos de sangre se tiñen de agua.
Un viejo cincel se pinta de carmín.
Esperanza inerte en la fruta de la mesa
y se escucha en el 28, un doloroso frenesí.
El árbol llora.
Sus lágrimas suenan como amargas melodías.
El aire carga el peso en su torrente caminar,
andando a gatas con hierros perforados
que hubieran preferido no estallar.
Un niño llora.
Su madre muere mientras lo alimenta.
El hambre palidece en una alfombra lasciva y terrenal,
sus fluidos envenenan la tierra desde el centro.
Ella se remueve y se trastorna,
exigiendo a golpes una revolución.
La justicia no llegó.
Los hechos se vuelven parte de un imaginario colectivo.
¡Masacre! Gritan las voces sin aliento
Los oídos se revientan en un halo de resignación.
¡Masacre! Recuerdan aquellos que no mueren,
escondidos, asustados.
90 años de recuerdos, para no olvidar.
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